lunes, 17 de octubre de 2016

De cómo nos perciben o la imagen que proyectamos los profesionales


Para una primera impresión no hay segundas oportunidades. La imagen profesional corresponde a la percepción que se tiene de una persona y/o colectivo, por parte de aquellos con quienes interactúa en su actividad profesional, laboral o comercial.

La imagen que los demás se formen de nosotros, a partir de una primera impresión, es la que generalmente perdura y la que nos abre o nos cierra las puertas hacia nuevas oportunidades.

La primera impresión persiste en el tiempo. Se puede cambiar, pero cuesta. Al igual que una persona se prepara para una foto, la imagen debe cuidarse siempre, pero mucho más en un primer encuentro. Es la foto instantánea que van a tener de nosotros ante esa persona o de esa persona a la que acabamos de conocer por primera vez.

De cómo nos perciben y vean los demás (nuestro potenciales clientes) dependerá que consigamos, o no, nuestros retos profesionales. Por ello es necesario gestionar, como algo fundamental, la propia imagen a lo largo de la vida profesional.

La confianza es un sentimiento. Es un requisito sine qua non que hace posible las relaciones. La confianza de la sociedad hacia un colectivo profesional no solo puede, sino que debe gestionarse profesionalmente. No gestionar la imagen profesional implica dejar su futuro en manos del mercado.

Confiamos más en quien más conocemos. Algo que a todos nos parece natural. Si la capacidad de un colectivo profesional es reconocida por la sociedad, el colectivo en cuestión gana oportunidades. La identidad de una profesión, su personalidad y valores, no puede ser dejada a los vaivenes del libre mercado. Si, por desidia o incapacidad comunicativa, se van difuminando los valores esenciales de una profesión, esta irá perdiendo su personalidad, la esencia, lo que la define y diferencia.

Si es abogado, graduado social, arquitecto, auditor o cualquier otro tipo de profesional liberal, el cliente potencial, con casi toda seguridad antes de contratarle, no sólo tendrá en cuenta la percepción que tiene de usted o de su despacho/estudio, sino también la que tiene de su profesión. Esa percepción no responde a la “realidad”, sino a la “realidad del cliente”, que es la que cuenta. La que determina su eventual contratación profesional.

Ello significa que esa primera impresión viene determinada por la impresión que el colectivo al que pertenecemos proyecta sobre la sociedad.

Cuando un colectivo profesional, una empresa privada, o un despacho  se despreocupa de gestionar su imagen en la sociedad, más allá de campañas puntuales de publicidad, las consecuencias son evidentes: los clientes tienen múltiples percepciones del colectivo y, a menudo, no piensan en los profesionales, aunque estos les podrían ayudar a mejorar su situación o a evitar problemas. Así, por ejemplo, son muchísimas las personas que no acuden a un abogado antes de firmar un contrato o bien que no confían una compra-venta inmobiliaria a un agente de la propiedad inmobiliaria, un profesional colegiado, con las garantías que hacerlo comportaría.      

Es prioritario, yo diría que fundamental, gestionar la propia imagen, saber comunicar nuestra identidad y valores y lo que nos hace diferentes en el mercado, es decir las razones por las que los clientes potenciales deben tenernos en cuenta y preferirnos. Una creencia arraigada como que “no me importa lo que piensen los demás de mi” puede ser muy respetable en el plano personal, pero en el profesional es una puerta a la pérdida de oportunidades. Un error que más pronto que tarde nos pasará factura.

Un colectivo, a través de los colegios y asociaciones profesionales o empresariales, debe saber cómo crearse un espacio sólido en el mercado, “tener mensaje”, hacerlo llegar y comprender a la sociedad. Aunque se trata de una cuestión a medio y largo plazo, es fundamental. La obsesión por ocuparnos siempre de las tareas, la miopía del corto plazo, a menudo impide que nos centremos en lo esencial.  

Comunicar no es una cuestión de cantidad, sino de calidad. En comunicación, “menos es más”. De hecho, como en casi todo en la vida.  

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