Para una primera impresión no hay segundas
oportunidades. La imagen profesional corresponde a la percepción que se tiene
de una persona y/o colectivo, por parte de aquellos con quienes interactúa en
su actividad profesional, laboral o comercial.
La imagen que los demás se formen de nosotros, a
partir de una primera impresión, es la que generalmente perdura y la que nos
abre o nos cierra las puertas hacia nuevas oportunidades.
La
primera impresión persiste en el tiempo. Se puede cambiar, pero cuesta. Al
igual que una persona se prepara para una foto, la imagen debe cuidarse
siempre, pero mucho más en un primer encuentro. Es la foto instantánea que van
a tener de nosotros ante esa persona o de esa persona a la que acabamos de
conocer por primera vez.
De cómo nos perciben y vean los demás (nuestro
potenciales clientes) dependerá que consigamos, o no, nuestros retos
profesionales. Por ello es necesario gestionar, como algo fundamental, la
propia imagen a lo largo de la vida profesional.
La confianza es un sentimiento. Es un requisito sine qua non que hace posible las
relaciones. La confianza de la sociedad hacia un colectivo profesional no solo
puede, sino que debe gestionarse profesionalmente. No gestionar la imagen
profesional implica dejar su futuro en manos del mercado.
Confiamos más en quien más conocemos. Algo que a todos
nos parece natural. Si la capacidad de un colectivo profesional es reconocida
por la sociedad, el colectivo en cuestión gana oportunidades. La identidad de
una profesión, su personalidad y valores, no puede ser dejada a los vaivenes
del libre mercado. Si, por desidia o incapacidad comunicativa, se van
difuminando los valores esenciales de una profesión, esta irá perdiendo su
personalidad, la esencia, lo que la define y diferencia.
Si es abogado, graduado social, arquitecto, auditor o
cualquier otro tipo de profesional liberal, el cliente potencial, con casi toda
seguridad antes de contratarle, no sólo tendrá en cuenta la percepción que
tiene de usted o de su despacho/estudio, sino también la que tiene de su
profesión. Esa percepción no responde a la “realidad”,
sino a la “realidad del cliente”, que
es la que cuenta. La que determina su eventual contratación profesional.
Ello significa que esa primera impresión viene
determinada por la impresión que el colectivo al que pertenecemos proyecta
sobre la sociedad.
Cuando un colectivo profesional, una empresa privada,
o un despacho se despreocupa de
gestionar su imagen en la sociedad, más allá de campañas puntuales de
publicidad, las consecuencias son evidentes: los clientes tienen múltiples
percepciones del colectivo y, a menudo, no piensan en los profesionales, aunque
estos les podrían ayudar a mejorar su situación o a evitar problemas. Así, por
ejemplo, son muchísimas las personas que no acuden a un abogado antes de firmar
un contrato o bien que no confían una compra-venta inmobiliaria a un agente de
la propiedad inmobiliaria, un profesional colegiado, con las garantías que
hacerlo comportaría.
Es prioritario, yo diría que fundamental, gestionar la propia imagen, saber comunicar nuestra identidad y valores y lo que nos hace diferentes en el mercado, es decir las razones por las que los clientes potenciales deben tenernos en cuenta y preferirnos. Una creencia arraigada como que “no me importa lo que piensen los demás de mi” puede ser muy respetable en el plano personal, pero en el profesional es una puerta a la pérdida de oportunidades. Un error que más pronto que tarde nos pasará factura.
Un colectivo, a través de los colegios y asociaciones profesionales o empresariales, debe saber cómo crearse un espacio sólido en el mercado, “tener mensaje”, hacerlo llegar y comprender a la sociedad. Aunque se trata de una cuestión a medio y largo plazo, es fundamental. La obsesión por ocuparnos siempre de las tareas, la miopía del corto plazo, a menudo impide que nos centremos en lo esencial.
Comunicar no es una cuestión de cantidad, sino de calidad. En comunicación, “menos es más”. De hecho, como en casi
todo en la vida. Es prioritario, yo diría que fundamental, gestionar la propia imagen, saber comunicar nuestra identidad y valores y lo que nos hace diferentes en el mercado, es decir las razones por las que los clientes potenciales deben tenernos en cuenta y preferirnos. Una creencia arraigada como que “no me importa lo que piensen los demás de mi” puede ser muy respetable en el plano personal, pero en el profesional es una puerta a la pérdida de oportunidades. Un error que más pronto que tarde nos pasará factura.
Un colectivo, a través de los colegios y asociaciones profesionales o empresariales, debe saber cómo crearse un espacio sólido en el mercado, “tener mensaje”, hacerlo llegar y comprender a la sociedad. Aunque se trata de una cuestión a medio y largo plazo, es fundamental. La obsesión por ocuparnos siempre de las tareas, la miopía del corto plazo, a menudo impide que nos centremos en lo esencial.
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