lunes, 30 de octubre de 2017

Dolor, vergüenza... y mucha pedagogía.

Hoy, primer día hábil después del 155, me he despertado con un profundo dolor. Un enorme dolor por Cataluña, por los catalanes y por España. Un dolor provocado por el ridículo que se está haciendo y que nos va a pasar factura a todos. Porque ese ridículo ejercido por un soberanismo manipulador afecta a todos los españoles –catalanes, vascos, madrileños, valencianos, andaluces…- y que no solo golpea a la economía, también a la imagen internacional que poco a poco nos hemos labrado y sobre todo a la convivencia.       

Hoy, primer día laborable después del controvertido, pero constitucional, artículo 155, un día donde todavía algunos se aferran a su sinrazón.       

Cuanto e intenso es lo que hemos vivido y visto en estos dos últimos meses. Días que la historia analizará con todo el rigor que merece.

Puedo asegurar que si alguien me lo hubiese contado en el mes de agosto no lo habría creído y lo habría calificado como una charlotada. Pues no, la realidad supera cualquier escenario que hubiésemos imaginado.

Hemos vivido dos meses de ridículo, obstinación, desvergüenza, ilegalidades, descredito político y de instituciones y que resumiría de la siguiente manera:

Primero, tuvimos la oportunidad de asistir a la vergüenza de los días 6 y 7 de septiembre, pisoteando el Estatut, su Estatut, la Constitución y el reglamento del Parlament.

Segundo, el pseudo referéndum del 1 de octubre, que no obtuvo más legitimidad que la de ver gente llevando sus propias papeletas para “introducirlas” en “cubos de basura” que hacían las veces de urnas, papeletas que se caían de las “urnas” antes del inicio de la votación y gente que votó cuantas veces quiso, como ejemplo de que votar era lo importante, con independencia del número.

Tercero, asistimos a la NO declaración de independencia del 10 de octubre, de nuevo arrastrando por el barro a un Parlament como cueva de tahúres y encantadores de una falsa legalidad.

Cuarto, asistimos a la preconizada estampida de empresas (justificado por un inefable vicepresident Oriol Junqueras diciendo que se marchaban horrorizadas por la violencia policial del 1 de octubre, no por otra cosa).

Quinto, si todo esto fuese poco, posteriormente asistimos a la tragicomedia de unas elecciones primero anunciadas y luego retiradas, con un President de la Generalitat demostrando que ya no es dueño de la situación ni capaz de ejercer con dignidad sus facultades.

Y por fin, el viernes 27 de octubre (fecha para los anales de la historia), finalmente, y casi agradeciéndolo, la declaración de independencia y la aprobación por el Senado del controvertido, pero constitucional, artículo 155.

Y este sería el resumen de dos meses de una nefasta política basada en el engaño, la propaganda y la agitación, en la simplista, pero en ocasiones efectiva, atribución al adversario de los vicios en los que a sabiendas, con cinismo y con maquinación el propio soberanismo incurre (no son el Govern ni el Parlament quienes se sitúan fuera de la ley, sino el Gobierno de España, nos han hecho saber sus portavoces; no es el Govern quien malversa fondos públicos para su causa, sino Rajoy al mandar refuerzos policiales a Cataluña, nos explicó Puigdemont; no es el independentismo quien violenta a la Unión Europea, sino el Gobierno de España, nos han aclarado).

Y ahora estamos en un punto ¿muerto? donde los soberanista reconocen que no estaban preparados para la declaración unilateral de independencia; donde en un mundo en que los gestos son importantes, sigue ondeando la bandera española sobre la Generalitat; donde un Presidente y  conselleres, todos ellos destituidos, intentan aparentar normalidad asistiendo a sus antiguos despachos, sin atribuciones, sin presupuesto ni firma y rozando la figura delictiva de suplantación…

Más pronto que tarde, empezaremos a oír nuevas consignas donde los separatistas aparezcan como las victimas de todo este proceso sin sentido que hemos tenido que vivir. Más pronto que tarde empezaran a circular la idea del “legitimo gobierno” usurpado por un estado opresor. De la necesidad de “esperar y confiar”

Pronto asistiremos, también, a la procesión de soberanistas que acompañaran a los encausados por la fiscalía de malversación, rebelión y/o sedición, en una escenificación de victimismo, donde se mostraran como avasallados por un estado opresor que no les permiten expresarse en democracia. Porque no olvidemos que todo lo que ellos hacen es democracia, el resto oprimimos y recortamos libertades.

Pero esta crítica hacia el bando soberanista, motivado por el dolor, no mitiga la vergüenza que también he sentido por determinadas acciones del bando unionista o constitucional.

El bando unionista o constitucional, con la certeza de la ley, está plagado de políticos sin personalidad. Políticos dejándose llevar y ganar por las circunstancias. A remolque de los soberanistas y mal asesorados. Y todos ellos con un vínculo común: cualquier acción debe de estar calculada sobre el redito electoral que le pueda producir.

Siempre han ido un paso por detrás de los independentistas, que han destacado por su “originalidad” y buen manejo de las redes. Han ganado por goleada en cómo se comunica un proceso, por descabellado y ridículo que sea.

Casi sin darnos cuenta, nos han ganado, también, en el campo de la semántica. Han vendido el proceso edulcorando con la semántica, que convierte a todos los Estados de hoy oficialmente en “naciones” y miembros de las Naciones Unidas, incluso cuando es patente que no lo son. El juego con el lenguaje es una constante del separatismo catalán que, lejos de autodenominarse así, ha preferido recurrir a los sinónimos: nacionalista, catalanista, defensor del derecho de autodeterminación y del derecho a decidir, soberanista, partidario del proceso y, finalmente, independentista.

La cuestión es provocar la confusión en todas direcciones (democracia de bajo perfil, dictadura, franquismo…). Y en este punto, solamente me estoy refiriendo a las manipulaciones del lenguaje, no de las afirmaciones que se podrían definir como “mentiras”.  Así, los independentistas sostienen impertérritos que una declaración unilateral no afectaría en absoluto a la continuidad de Cataluña en la UE, que no habría “huida” de empresas, o que el Barça seguiría jugando la liga española.

Al Gobierno, cargado con la razón de la ley, y resto de partidos constitucionalistas les ha faltado pedagogía para hacer entender que con sueños no se vive. Les ha faltado pedagogía para transmitir los riesgos de esa caída al abismo que les llevaba el independentismo. Les ha faltado pedagogía que explicase a los independentistas que España ni les roba ni les odia. Más bien todo lo contrario. Son parte esencial de este país.

Pero si esto fuese poco, en todo este grotesco problema, tenemos una “tercera pata”, la de unos políticos que buscaban una equidistancia que les hiciese aparecer como los “salvadores” de ambos bandos. Unos políticos sin conciencia, ética y moral que buscaban denostar a todos para hallar un redito electoral que agrava el problema y perjudica, aun si cabe más, esa imagen internacional que estamos dando.

Políticos de talla moral muy baja que acuñan eslóganes como “presos políticos”, o venden la idea de que el referéndum era posible, a sabiendas de la falsedad de sus proclamas.

Siento que hay que tener muy poca consideración hacia sus votantes y respeto hacia el pueblo que representan cuando se habla de “presos políticos”, a sabiendas, por su preparación académica, que eso es una repugnante mentira. Y esto es solo un ejemplo de estos políticos que buscan en la equidistancia hallar un redito electoral que son incapaces de obtener con un discurso sereno, serio y riguroso y por supuesto del lado de la ley.

Penoso papel y ostensible el naufragio de una clase política que pretende pescar “sin mojarse el culo”. Sin ser conscientes que esa falta de definición implica una complicidad con los que quieren saltarse la Ley.

Y ahora, como futuro cercano, nos enfrentamos a unas elecciones, bajo el paraguas de la legalidad, con el objetivo de recomponer una sociedad dividida. Nos encomendamos a una elecciones con la frágil ilusión de pensar que van a paliar los graves problemas a los que han conducido unos políticos cegados por un sueño de independencia, insensatos y faltos de escrúpulos.


Estoy convencido que hará falta mucha pedagogía y años para cohesionar a una sociedad catalana dividida. Habrán de pasar varias generaciones para olvidar lo vivido. Parafraseando a Machado, ahora, hoy, coexisten dos Cataluñas… Catalán que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Cataluñas ha de helarte el corazón.

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