Hoy,
primer día hábil después del 155, me he despertado con un profundo dolor. Un
enorme dolor por Cataluña, por los catalanes y por España. Un dolor provocado
por el ridículo que se está haciendo y que nos va a pasar factura a todos.
Porque ese ridículo ejercido por un soberanismo manipulador afecta a todos los
españoles –catalanes, vascos, madrileños,
valencianos, andaluces…- y que no solo golpea a la economía, también a la
imagen internacional que poco a poco nos hemos labrado y sobre todo a la convivencia.
Hoy, primer día laborable después del controvertido, pero constitucional, artículo 155, un día donde todavía algunos se aferran a su sinrazón.
Cuanto e intenso es lo que hemos vivido y visto en estos dos últimos meses. Días que la historia analizará con todo el rigor que merece.
Hoy, primer día laborable después del controvertido, pero constitucional, artículo 155, un día donde todavía algunos se aferran a su sinrazón.
Cuanto e intenso es lo que hemos vivido y visto en estos dos últimos meses. Días que la historia analizará con todo el rigor que merece.
Puedo
asegurar que si alguien me lo hubiese contado en el mes de agosto no lo habría
creído y lo habría calificado como una charlotada. Pues no, la realidad supera
cualquier escenario que hubiésemos imaginado.
Hemos
vivido dos meses de ridículo, obstinación, desvergüenza, ilegalidades,
descredito político y de instituciones y que resumiría de la siguiente manera:
Primero, tuvimos la oportunidad de asistir a la vergüenza de
los días 6 y 7 de septiembre, pisoteando el Estatut, su Estatut, la
Constitución y el reglamento del Parlament.
Segundo, el pseudo referéndum del 1 de octubre, que no obtuvo
más legitimidad que la de ver gente llevando sus propias papeletas para “introducirlas” en “cubos de basura” que hacían las veces de urnas, papeletas que se caían
de las “urnas” antes del inicio de la
votación y gente que votó cuantas veces quiso, como ejemplo de que votar era lo
importante, con independencia del número.
Tercero, asistimos a la NO declaración de independencia del
10 de octubre, de nuevo arrastrando por el barro a un Parlament como cueva de tahúres
y encantadores de una falsa legalidad.
Cuarto, asistimos a la preconizada estampida de empresas
(justificado por un inefable vicepresident Oriol Junqueras diciendo que se marchaban
horrorizadas por la violencia policial del 1 de octubre, no por otra cosa).
Quinto, si todo esto fuese poco, posteriormente asistimos a
la tragicomedia de unas elecciones primero anunciadas y luego retiradas, con un
President de la Generalitat demostrando que ya no es dueño de la situación ni
capaz de ejercer con dignidad sus facultades.
Y por fin, el viernes 27 de octubre (fecha para los anales de
la historia), finalmente, y casi agradeciéndolo, la declaración de
independencia y la aprobación por el Senado del controvertido, pero
constitucional, artículo 155.
Y este sería el resumen de dos meses de una nefasta política
basada en el engaño, la propaganda y la agitación, en la simplista, pero en
ocasiones efectiva, atribución al adversario de los vicios en los que a
sabiendas, con cinismo y con maquinación el propio soberanismo incurre (no son
el Govern ni el Parlament quienes se sitúan fuera de la ley, sino el Gobierno
de España, nos han hecho saber sus portavoces; no es el Govern quien malversa
fondos públicos para su causa, sino Rajoy al mandar refuerzos policiales a
Cataluña, nos explicó Puigdemont; no es el independentismo quien violenta a la
Unión Europea, sino el Gobierno de España, nos han aclarado).
Y ahora estamos en un punto ¿muerto? donde los soberanista
reconocen que no estaban preparados para la declaración unilateral de
independencia; donde en un mundo en que los gestos son importantes, sigue
ondeando la bandera española sobre la Generalitat; donde un Presidente y conselleres, todos ellos destituidos,
intentan aparentar normalidad asistiendo a sus antiguos despachos, sin
atribuciones, sin presupuesto ni firma y rozando la figura delictiva de
suplantación…
Más
pronto que tarde, empezaremos a oír nuevas consignas donde los separatistas
aparezcan como las victimas de todo este proceso sin sentido que hemos tenido
que vivir. Más pronto que tarde empezaran a circular la idea del “legitimo gobierno” usurpado por un
estado opresor. De la necesidad de “esperar
y confiar”…
Pronto
asistiremos, también, a la procesión de soberanistas que acompañaran a los
encausados por la fiscalía de malversación, rebelión y/o sedición, en una
escenificación de victimismo, donde se mostraran como avasallados por un estado
opresor que no les permiten expresarse en democracia. Porque no olvidemos que
todo lo que ellos hacen es democracia, el resto oprimimos y recortamos
libertades.
Pero
esta crítica hacia el bando soberanista, motivado por el dolor, no mitiga la
vergüenza que también he sentido por determinadas acciones del bando unionista
o constitucional.
El
bando unionista o constitucional, con la certeza de la ley, está plagado de
políticos sin personalidad. Políticos dejándose llevar y ganar por las
circunstancias. A remolque de los soberanistas y mal asesorados. Y todos ellos
con un vínculo común: cualquier acción debe de estar calculada sobre el redito
electoral que le pueda producir.
Siempre
han ido un paso por detrás de los independentistas, que han destacado por su “originalidad” y buen manejo de las
redes. Han ganado por goleada en cómo se comunica un proceso, por descabellado
y ridículo que sea.
Casi
sin darnos cuenta, nos han ganado, también, en el campo de la semántica. Han
vendido el proceso edulcorando con la semántica,
que convierte a todos los Estados de hoy oficialmente en “naciones” y miembros de las Naciones Unidas, incluso cuando es
patente que no lo son. El juego con el lenguaje es una constante del
separatismo catalán que, lejos de autodenominarse así, ha preferido recurrir a
los sinónimos: nacionalista, catalanista, defensor del derecho de
autodeterminación y del derecho a decidir, soberanista, partidario del proceso
y, finalmente, independentista.
La
cuestión es provocar la confusión en todas direcciones (democracia de bajo perfil, dictadura, franquismo…). Y en este
punto, solamente me estoy refiriendo a las manipulaciones del lenguaje, no de
las afirmaciones que se podrían definir como “mentiras”. Así, los independentistas sostienen
impertérritos que una declaración unilateral no afectaría en absoluto a la
continuidad de Cataluña en la UE, que no habría “huida” de empresas, o que el Barça seguiría jugando la liga
española.
Al
Gobierno, cargado con la razón de la ley, y resto de partidos
constitucionalistas les ha faltado pedagogía para hacer entender que con sueños
no se vive. Les ha faltado pedagogía para transmitir los riesgos de esa caída
al abismo que les llevaba el independentismo. Les ha faltado pedagogía que
explicase a los independentistas que España ni les roba ni les odia. Más bien
todo lo contrario. Son parte esencial de este país.
Pero
si esto fuese poco, en todo este grotesco problema, tenemos una “tercera pata”, la de unos políticos que
buscaban una equidistancia que les hiciese aparecer como los “salvadores” de ambos bandos. Unos
políticos sin conciencia, ética y moral que buscaban denostar a todos para
hallar un redito electoral que agrava el problema y perjudica, aun si cabe más,
esa imagen internacional que estamos dando.
Políticos
de talla moral muy baja que acuñan eslóganes como “presos políticos”, o venden la idea de que el referéndum era
posible, a sabiendas de la falsedad de sus proclamas.
Siento
que hay que tener muy poca consideración hacia sus votantes y respeto hacia el
pueblo que representan cuando se habla de “presos políticos”, a sabiendas, por
su preparación académica, que eso es una repugnante mentira. Y esto es solo un
ejemplo de estos políticos que buscan en la equidistancia hallar un redito
electoral que son incapaces de obtener con un discurso sereno, serio y riguroso
y por supuesto del lado de la ley.
Penoso papel y ostensible el naufragio de una clase política que
pretende pescar “sin mojarse el culo”. Sin
ser conscientes que esa falta de definición implica una complicidad con los que
quieren saltarse la Ley.
Y
ahora, como futuro cercano, nos enfrentamos a unas elecciones, bajo el paraguas
de la legalidad, con el objetivo de recomponer una sociedad dividida. Nos
encomendamos a una elecciones con la frágil ilusión de pensar que van a paliar
los graves problemas a los que han conducido unos políticos cegados por un
sueño de independencia, insensatos y faltos de escrúpulos.
Estoy
convencido que hará falta mucha pedagogía y años para cohesionar a una sociedad
catalana dividida. Habrán de pasar varias generaciones para olvidar lo vivido.
Parafraseando a Machado, ahora, hoy, coexisten dos Cataluñas… Catalán que vienes al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Cataluñas ha de helarte el corazón.
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