Todo estado tiene, mejor dicho debería tener, su fundamento en
la Ley. El cumplimiento de la Ley, por todos, sin excepción, nos hace acreedores de derechos
y garantías que nos permiten hacer una exigencia tanto al Estado de Derecho
como a quienes estén incurriendo ante esta falta, además de que buscan
garantizar el bienestar social, mientras que su infracción nos hace vulnerables
de recibir sanciones y multas, además de ser privados de nuestra libertad. En
un estado democrático, todos somos iguales ante el cumplimiento de la Ley.
El imperio de la ley, el "Estado de
Derecho", es un requisito vital para el progreso económico. También lo es
para la igualdad; es un muro contra la opresión del débil por el fuerte.
La creación, el
nacimiento, del Derecho sin lugar a dudas, es la mayor creación del ser humano en
su camino desde la barbarie hacia la convivencia armoniosa, la libertad y la
paz. Es la más sublime concreción de la racionalidad y razonabilidad humana. Y
solo la ley, que dimana del derecho, hace posible el ejercicio de la libertad y
la vida civilizada.
La ley hace
posible la superación del imperio de la fuerza bruta, la opresión del fuerte sobre
el débil.
Ahora, no
podemos ser tan ingenuos como para pensar que las leyes son perfectas. Como
todo lo humano puede ser susceptible de error y mejora. Por ello no podemos de
pensar, en ocasiones, que las leyes como su aplicación son imperfectas. Que en
ocasiones, la ley y su aplicación, son susceptibles a la corrupción y a la
debilidad de los legisladores, los jueces, la autoridad que las aplica y hasta
la manipulación de los poderosos. Pero pese esa posibilidad, una sociedad sometida
al imperio de las leyes es preferible a aquella regida por la violencia, la
manipulación, la opresión, el saqueo y en el peor de los escenarios, el
asesinato.
Y todo este artículo, se puede resumir o
contener en una única frase, que fue escrita hace más de dos mil años,
cuando Cicerón (escritor, orador y
político romano 106 AC - 43 AC), aseveraba que “somos esclavos de las leyes para
poder ser libres”.
¡Cuanta verdad en tan pocas palabras!
¡Cuanta verdad en tan pocas palabras!
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